Por Guillermo Orlando
Las dos bestias corrían hacia mí con baba chorreando de sus fauces y ojos inyectados en sangre. La noche, única testigo, bañaba la horrenda escena en la que mi vida estuvo a punto de finiquitar. El tiempo se agotaba y las monstruosidades descendientes de lobos se aproximaban hacia mi persona con ganas de desgarrarme y deglutirme en la esquina de mi casa.
Yo era la víctima que trataba de escapar, ellos los verdugos. En breve retornaré al descenlace de tan temible odisea llena de sudor frío, gritos y lágrimas. Ambas fieras no son personajes mitológicos sino los dos perros idiotas del vecino de mi barrio, Arturo Seguí.
El cual es un pequeño pueblito platense en donde somos pocos y nos conocemos mucho. Es difícil ser infiel y que nadie se entere. Es más los rumores de que algunos los hijos de los padres no son de ellos sino del carnicero o el verdulero casi siempre son confirmados. Por otro lado hay mucho verde, caballos sueltos por la calle pero por sobretodo hay muchos pero muchos perros callejeros.
Cuando llega la primavera la flor del tilo inunda con su agradable aroma todo el centro seguiense, es decir las 4 por 4 manzanas en donde abundan almacenes, el único kiosco con Bapro, verdulerías y canicerías. Tilos y eucaliptus son los árboles que adornan la aldea del SXXI.
Los chicos corren y juegan en las hamacas, patean la pelota. Los adolescentes alternan andar en moto y hacer pequeñas explosiones con whatsappear y parar en la esquina céntrica donde se ubica la escuela N°32 para tomar cerveza o gaseosa. Depende las ganas.
Volvamos al feroz enfrentamiento que tuve. Los desbocados perros actuaron como tiburones y yo traté de estar a la altura de las circunstancias. Salí corriendo y me subí a la reja del vecino. Éste me ayudó y me salvó la vida. El resto del vecindario alertado por mis gritos de dolor llamó al 911. A los 10 minutos había tres patrulleros frente a la casa de mi salvador. Luego de explicar todo ante el inexpresivo e inentendible rostro de los agentes del órden, me retiré a dormir.
Pero no terminó ahí. Hay un refrán español anónimo que dice “La venganza es un plato que se sirve frío”. El destino quiso que me enfrente ante esos dos lobos por segunda y última vez. En el mismo barrio pero unos días luego escucho a una señora gritar como loca. Voy corriendo y veo a mis dos asesinos queriéndose almorzar a Pirata, el pobre e indefenso perro de Jorge el herrero.
Junté valor y caminé firme hacia la escena. Tomé por la cabeza al más grandote y más bravo y lo revoleé hacia un costado como quién arroja una piedra al mar. Enseguida su secuaz suelta al moribundo y escapan. Pirata sale rajando y me debe una.
Se acerca la dueña de semejantes animales a disculparse pero la señora que gritaba empezó a putearla de arriba a bajo. Una vez calmada me dijo “Sos un héroe”. Se me hinchó el pecho. Ese día me convertí.
Las dos bestias corrían hacia mí con baba chorreando de sus fauces y ojos inyectados en sangre. La noche, única testigo, bañaba la horrenda escena en la que mi vida estuvo a punto de finiquitar. El tiempo se agotaba y las monstruosidades descendientes de lobos se aproximaban hacia mi persona con ganas de desgarrarme y deglutirme en la esquina de mi casa.
Yo era la víctima que trataba de escapar, ellos los verdugos. En breve retornaré al descenlace de tan temible odisea llena de sudor frío, gritos y lágrimas. Ambas fieras no son personajes mitológicos sino los dos perros idiotas del vecino de mi barrio, Arturo Seguí.
El cual es un pequeño pueblito platense en donde somos pocos y nos conocemos mucho. Es difícil ser infiel y que nadie se entere. Es más los rumores de que algunos los hijos de los padres no son de ellos sino del carnicero o el verdulero casi siempre son confirmados. Por otro lado hay mucho verde, caballos sueltos por la calle pero por sobretodo hay muchos pero muchos perros callejeros.
Cuando llega la primavera la flor del tilo inunda con su agradable aroma todo el centro seguiense, es decir las 4 por 4 manzanas en donde abundan almacenes, el único kiosco con Bapro, verdulerías y canicerías. Tilos y eucaliptus son los árboles que adornan la aldea del SXXI.
Los chicos corren y juegan en las hamacas, patean la pelota. Los adolescentes alternan andar en moto y hacer pequeñas explosiones con whatsappear y parar en la esquina céntrica donde se ubica la escuela N°32 para tomar cerveza o gaseosa. Depende las ganas.
Volvamos al feroz enfrentamiento que tuve. Los desbocados perros actuaron como tiburones y yo traté de estar a la altura de las circunstancias. Salí corriendo y me subí a la reja del vecino. Éste me ayudó y me salvó la vida. El resto del vecindario alertado por mis gritos de dolor llamó al 911. A los 10 minutos había tres patrulleros frente a la casa de mi salvador. Luego de explicar todo ante el inexpresivo e inentendible rostro de los agentes del órden, me retiré a dormir.
Pero no terminó ahí. Hay un refrán español anónimo que dice “La venganza es un plato que se sirve frío”. El destino quiso que me enfrente ante esos dos lobos por segunda y última vez. En el mismo barrio pero unos días luego escucho a una señora gritar como loca. Voy corriendo y veo a mis dos asesinos queriéndose almorzar a Pirata, el pobre e indefenso perro de Jorge el herrero.
Junté valor y caminé firme hacia la escena. Tomé por la cabeza al más grandote y más bravo y lo revoleé hacia un costado como quién arroja una piedra al mar. Enseguida su secuaz suelta al moribundo y escapan. Pirata sale rajando y me debe una.
Se acerca la dueña de semejantes animales a disculparse pero la señora que gritaba empezó a putearla de arriba a bajo. Una vez calmada me dijo “Sos un héroe”. Se me hinchó el pecho. Ese día me convertí.
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