Por Claudia Martínez
Me da un poco de pudor lo que voy a contar pero en este preciso momento es el único episodio con un famoso que viene a mi memoria, quizás porque es el único que tengo.
Por allá por el año 2001 conseguí que la empresa en la que trabajaba me pagara un curso de una semana en Londres. Como arrancaba un lunes llegué el domingo anterior bien temprano al hotel donde me hospedaría hasta el sábado siguiente. Para aprovechar la tarde salí a recorrer el barrio.
A contramano de lo que en general se cree del clima londinense esa tarde el sol enceguecía y el calor era infernal. En la calle no andaba lo que se dice un “alma”. Evidentemente era un barrio muy coqueto y residencial porque después me enteré que por ahí vivía Madonna. Pero no, no es ella la famosa de mi historia.
No sé cuantas cuadras caminé, tampoco sé si en algún momento di vueltas en círculos. En una de las tantas esquinas que doblé quedé frente a frente con un hombre, delgado, vestido sencillamente con remera, jeans y zapatillas. No pude evitar mirarlo porque casi chocamos. Cuando lo miré pensé ¿de dónde lo conozco? En esos escasos segundos de dubitación él debió haberse dado cuenta de que lo había reconocido y me sonrió con una sonrisa fresca y apacible, amigable, humana, la misma que le había visto en Buenos Aires unos cuantos años antes cuando bailó con las Madres durante un recital. Era Sting paseando por su barrio, supongo.
Me da un poco de pudor lo que voy a contar pero en este preciso momento es el único episodio con un famoso que viene a mi memoria, quizás porque es el único que tengo.
Por allá por el año 2001 conseguí que la empresa en la que trabajaba me pagara un curso de una semana en Londres. Como arrancaba un lunes llegué el domingo anterior bien temprano al hotel donde me hospedaría hasta el sábado siguiente. Para aprovechar la tarde salí a recorrer el barrio.
A contramano de lo que en general se cree del clima londinense esa tarde el sol enceguecía y el calor era infernal. En la calle no andaba lo que se dice un “alma”. Evidentemente era un barrio muy coqueto y residencial porque después me enteré que por ahí vivía Madonna. Pero no, no es ella la famosa de mi historia.
No sé cuantas cuadras caminé, tampoco sé si en algún momento di vueltas en círculos. En una de las tantas esquinas que doblé quedé frente a frente con un hombre, delgado, vestido sencillamente con remera, jeans y zapatillas. No pude evitar mirarlo porque casi chocamos. Cuando lo miré pensé ¿de dónde lo conozco? En esos escasos segundos de dubitación él debió haberse dado cuenta de que lo había reconocido y me sonrió con una sonrisa fresca y apacible, amigable, humana, la misma que le había visto en Buenos Aires unos cuantos años antes cuando bailó con las Madres durante un recital. Era Sting paseando por su barrio, supongo.
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