Por Andrea Quintana Godoy
Lo vi por primera vez sentado en el piso de la sala donde después tomaría sus clases durante todo un año. "Quien llega 13:01 entra después, en el recreo de las 15:00hs" fue uno de los primeros anuncios que el maestro daba y me di cuenta que mi impuntualidad quedaba en jaque desde ese momento. Se empezaba a desatar una batalla interna entre mi deseo de hacer teatro y las normas de Norman.
La presencia del viejo (como le decíamos con mis compañeras) te hipnotizaba, su capacidad de estar ahí con todos sus sentidos, sacándole una radiografía a todxs con la experiencia de alguien que siempre estudió con cuerpos. Daba cierta envidia y querer copiarlo era un exhaustivo estado de conciencia.
"Andrea, queres contarnos algo" me intervino esa vez, levantando la voz con ciertos chispazos humorísticos. Resultaba que yo había hecho sonar mis dedos presionando con mi mano derecha la segunda falange de mi mano izquierda hasta juntarla con la palma. El click llamó su atención, quien incurría en esa “falta” debía pararse y decir algo aunque eso estuviera fuera de los planes. En una sola maniobra lograba generarnos mayor conciencia corporal (igual situación para los ansiosos que movían rítmicamente el pie en el aire o golpeteando el piso) pero a la vez cierta capacidad de improvisar porque no te aceptaba un perdón. “Perdón, a la iglesia” decía.
Los últimos encuentros el viejo iba apurándonos con nuevas propuestas, nunca dejo que estemos cómodos “Cuando hacemos el circulo para trabajar nadie se apoya en la pared”, sentenciaba para luego argumentar que en la comodidad no se da la urgencia de la creación.
Nos provocaba, nos incomodaba como seguramente, por transitividad, pueda incomodarlos como lo recuerdo ahora.
La última vez que nos vimos fue en el 25° aniversario de su teatro Calibán. Mandó invitación a estudiantes y ex estudiantes. “Habrá empanadas y vino” resaltaba la carta, y si, era obvio.
Norman Briski (las dos veces con i latina) no hace teatro para la gilada, para que te vayas contentx a casa y si lo logra y salís pensando que tuviste una clase mas o que viste una obra sencilla el sentirá, puedo imaginar su cara de tedio, que habrá fracasado.
Lo vi por primera vez sentado en el piso de la sala donde después tomaría sus clases durante todo un año. "Quien llega 13:01 entra después, en el recreo de las 15:00hs" fue uno de los primeros anuncios que el maestro daba y me di cuenta que mi impuntualidad quedaba en jaque desde ese momento. Se empezaba a desatar una batalla interna entre mi deseo de hacer teatro y las normas de Norman.
La presencia del viejo (como le decíamos con mis compañeras) te hipnotizaba, su capacidad de estar ahí con todos sus sentidos, sacándole una radiografía a todxs con la experiencia de alguien que siempre estudió con cuerpos. Daba cierta envidia y querer copiarlo era un exhaustivo estado de conciencia.
"Andrea, queres contarnos algo" me intervino esa vez, levantando la voz con ciertos chispazos humorísticos. Resultaba que yo había hecho sonar mis dedos presionando con mi mano derecha la segunda falange de mi mano izquierda hasta juntarla con la palma. El click llamó su atención, quien incurría en esa “falta” debía pararse y decir algo aunque eso estuviera fuera de los planes. En una sola maniobra lograba generarnos mayor conciencia corporal (igual situación para los ansiosos que movían rítmicamente el pie en el aire o golpeteando el piso) pero a la vez cierta capacidad de improvisar porque no te aceptaba un perdón. “Perdón, a la iglesia” decía.
Los últimos encuentros el viejo iba apurándonos con nuevas propuestas, nunca dejo que estemos cómodos “Cuando hacemos el circulo para trabajar nadie se apoya en la pared”, sentenciaba para luego argumentar que en la comodidad no se da la urgencia de la creación.
Nos provocaba, nos incomodaba como seguramente, por transitividad, pueda incomodarlos como lo recuerdo ahora.
La última vez que nos vimos fue en el 25° aniversario de su teatro Calibán. Mandó invitación a estudiantes y ex estudiantes. “Habrá empanadas y vino” resaltaba la carta, y si, era obvio.
Norman Briski (las dos veces con i latina) no hace teatro para la gilada, para que te vayas contentx a casa y si lo logra y salís pensando que tuviste una clase mas o que viste una obra sencilla el sentirá, puedo imaginar su cara de tedio, que habrá fracasado.
Comentarios
Publicar un comentario