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Gente del Parlamento Juvenil del Mercosur

Por Agostina Spano

El sol calienta mis brazos desnudos y las risas se hacen escuchar, otro año más coordinando el Parlamento, estoy entrando en Parque Norte y ya empiezo a ver las caras de emoción y felicidad, caras que son conocidas y otras no tanto; gente que vi y olvide, gente que veo una sola vez por año pero que nunca podría olvidar. Empiezo a emocionarme yo, sería imposible no hacerlo siendo que me estoy fundiendo en abrazos cálidos y saludos que llegan desde todos lados.

Empiezo a recorrer todo el lugar, el número estimado de participantes de este año es de 3500. No tengo tiempo para hablar ya que el acto de apertura está iniciando, llego al salón donde se realiza y veo una chica sobre el escenario, la reconozco por ser el tercer año consecutivo que se presenta; está empezando a tocar el himno nacional, su brillante acordeón se combina con su increíble voz que resuena por todo el recinto. Me dejo llevar por ese momento, me lleno de orgullo y pasión, estoy donde quiero estar. (…)

Finalizando el acto de apertura los participantes de todo el país se dividen en grupos, todas las provincias integradas, este año tengo que coordinar la comisión 9. Empiezo a reconocer caras, provincias y tonadas; mi favorita es la correntina. Veo también que más de un mate empieza a circular, los pruebo a todos, cada provincia tiene su forma de prepararlo, así como cada cual tiene su historia que contar, su realidad. Y ahí es cuando nos encontramos con la verdad, cuando el debate se inicia y las voces empiezan a sonar; temas como género, trabajo infantil, integración educativa, integración latinoamericana y demás empiezan a hacerse notar. Es sentir que se te oprime el pecho por tanta injusticia, tanta crueldad, a la vez que el pecho se hincha de orgullo al escucharlos hablar, como siguen adelante, como sus propuestas nos van a remover un poco el alma y hacernos pensar, cómo van a poder sentarse en las bancas de la cámara de diputados y hablar sobre todo lo que estuvieron trabajando durante el año, cada uno de ellos está representando a su provincia, y algunos de ellos representarán al país durante la instancia internacional. No lo puedo evitar y empiezo a lagrimear, es emoción por verlos luchar por sus derechos y es angustia de pensar que tendré que esperar otro año más hasta volverlos a ver; pero no es momento de pensar en eso, aún queda tiempo para hablar, para reencontrarme con personas a las que a pesar de no verlas seguido les tengo afecto, y a conocer muchas más. Y mientras empiezo a caminar hacia el área en el que almorzaremos, todos empezamos a cantar “es para vos, es para mí, el parlamento es juvenil”.

Entrando al área de comidas siento como me envuelven los olores de las diversas comidas, empiezo a probar todo lo que se me cruza, los sabores bailando y fundiéndose en mi boca, recorro todo el lugar pero ya no es por la comida ni por conocer a alguien más. Estoy buscando a alguien en especial, alguien que me acompañó los años anteriores, alguien que a pesar de la distancia es parte de mí. No lo encuentro y me empiezo a poner nerviosa, siempre fui un poco dramática muy a mi pesar.

Logro ver a lo lejos a sus compañeros de provincias, y aunque reconozco a 2 de los 5, él no está. Mientras me voy acercando, una sensación horrible me inunda; los tucumanos me ven, me saludan y preguntan por mi año. Después de 5 minutos de charla banal suelto ‘¿y Alan?’. Se miran entre ellos y ninguno me quiere contestar, entonces entiendo todo. Su enfermedad. No logró vencer.

Ese año no lo vi, y mientras escribo pienso que este año no lo veré tampoco. Ya no lo veré nunca más.

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