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La misma sonrisa

Por Claudia Martínez Me da un poco de pudor lo que voy a contar pero en este preciso momento es el único episodio con un famoso que viene a mi memoria, quizás porque es el único que tengo. Por allá por el año 2001 conseguí que la empresa en la que trabajaba me pagara un curso de una semana en Londres. Como arrancaba un lunes llegué el domingo anterior bien temprano al hotel donde me hospedaría hasta el sábado siguiente. Para aprovechar la tarde salí a recorrer el barrio. A contramano de lo que en general se cree del clima londinense esa tarde el sol enceguecía y el calor era infernal. En la calle no andaba lo que se dice un “alma”. Evidentemente era un barrio muy coqueto y residencial porque después me enteré que por ahí vivía Madonna. Pero no, no es ella la famosa de mi historia. No sé cuantas cuadras caminé, tampoco sé si en algún momento di vueltas en círculos. En una de las tantas esquinas que doblé quedé frente a frente con un hombre, delgado, vestido sencillamente con rem
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Caramelito y yo

Por Guillermo Orlando   Deseé hablar y que mi boca emitiera algún sonido que se asemejara a una palabra. Mi alma quería gritar con toda su fuerza pero me fue imposible por infinitos segundos. Finalmente solté su nombre con un suspiro. Ella replicó: “Hola ¿Cómo estás?” Y luego se fue. Saludé a Cecilia Caramelito Carrizo hace ya varios años. La animadora infantil que aparecía en la televisión y teatros y quién escribe fuimos protagonistas de la siguiente historia. Era un sábado al mediodía, estaba en una clase de teatro en el barrio porteño de Colegiales donde todo transcurría con normalidad. Llegó el recreíto de 10 minutos y con mis compañeros fuimos a tomar un café a la YPF que estaba a una cuadra de nuestro espacio artístico. Entré primero para reservar una mesa mientras los demás compraban la infusión y las medialunas. De pronto la ví. La mujer de cabellos dorados hizo su entrada triunfal al autoservicio. Ella, bañada de un sol primaveral. Yo, un estudiante adolescente embele

El maestro de teatro

Por Andrea Quintana Godoy Lo vi por primera vez sentado en el piso de la sala donde después tomaría sus clases durante todo un año. "Quien llega 13:01 entra después, en el recreo de las 15:00hs" fue uno de los primeros anuncios que el maestro daba y me di cuenta que mi impuntualidad quedaba en jaque desde ese momento. Se empezaba a desatar una batalla interna entre mi deseo de hacer teatro y las normas de Norman. La presencia del viejo (como le decíamos con mis compañeras) te hipnotizaba, su capacidad de estar ahí con todos sus sentidos, sacándole una radiografía a todxs con la experiencia de alguien que siempre estudió con cuerpos. Daba cierta envidia y querer copiarlo era un exhaustivo estado de conciencia. "Andrea, queres contarnos algo" me intervino esa vez, levantando la voz con ciertos chispazos humorísticos. Resultaba que yo había hecho sonar mis dedos presionando con mi mano derecha la segunda falange de mi mano izquierda hasta juntarla con la palma. E

Homenaje a la Princesa Guerrera

Por Kevin Powell Una vez me crucé a Facundo Arana. Tiempo después, viajé en avión con Zulemita Menem. Pero si de famosos es, tengo la desdicha de no haber conocido a ninguno. Mi máximo contacto fue virtual, y Carlos apenas alcanza la distinción de conocido. Cetarti fuma porro todo el día y no se anima a tirar la colección de porno de su hermano. Duarte construye aviones de modelaje y, al igual que Cetarti, mira documentales en la tv de cable todo el día. Ni Cetarti ni Duarte son Carlos. Carlos es Busqued y los escribió Bajo este sol tremendo. Sus tuit viejos son foto de B-36 tirando bombas y otros aviones en tonos sepia y blanco y negro. El último que leí ese día, reivindicaba la necesidad de que Walker Ranger de Texas vuelva a la televisión abierta. —Mi vieja era fan de Walker Texas Ranger —puso. —De Walker Texas y de Xena la Princesa Guerrera, mi padre —contesté. —Altos homenajes le hice a Xena. No supe qué más decirle.

Yo no sabía que era Jorge Corona

Por Alexis González Ningún joven de los años 2000 puede no conocer a Jorge Corona. Había tanto programa farandulero en esa época que hasta los que no los miraban lo hacían. Rial tirándole pelotitas a cada panelista que estaba a punto de tirar una “bomba”, Polino pidiendo calma en ZAP mientras los invitados se mataban a golpes, Moria haciendo de mediadora terapéutica, pero el más importante, Tinelli con sus tantos sketches de humor dando gala de los más bizarros humoristas del momento, entre esos Jorge Corona. “Eso me hace acordar a…” perdón, no se porque lo cité, pero era todo los que sabía de él. Un día en un bar de Puerto Madryn mi papá estaba enseñándome a jugar al pool y en eso entra Jorge Corona (vale la obviedad de decir que una persona famosa en Madryn es la felicidad de los cholulos y en este caso era doble porque éste hacía reír. Entre chiste y chiste el animo subía y entre cada “esto me hace acordar a…” todos querían cada vez más. De repente, un silencio rotundo hacia s

Gente de Arturo Seguí

Por Guillermo Orlando Las dos bestias corrían hacia mí con baba chorreando de sus fauces y ojos inyectados en sangre. La noche, única testigo, bañaba la horrenda escena en la que mi vida estuvo a punto de finiquitar. El tiempo se agotaba y las monstruosidades descendientes de lobos se aproximaban hacia mi persona con ganas de desgarrarme y deglutirme en la esquina de mi casa. Yo era la víctima que trataba de escapar, ellos los verdugos. En breve retornaré al descenlace de tan temible odisea llena de sudor frío, gritos y lágrimas. Ambas fieras no son personajes mitológicos sino los dos perros idiotas del vecino de mi barrio, Arturo Seguí. El cual es un pequeño pueblito platense en donde somos pocos y nos conocemos mucho. Es difícil ser infiel y que nadie se entere. Es más los rumores de que algunos los hijos de los padres no son de ellos sino del carnicero o el verdulero casi siempre son confirmados. Por otro lado hay mucho verde, caballos sueltos por la calle pero por sobretodo h

Gente de la calle Laprida

Por Claudia Martínez Laprida 2435, una casa antigua, ventanas altas y puerta cancel. Pasando el zaguán un mundo mágico de helechos recién regados, cantos de canarios y olor a comida. Rosario no es precisamente el destino turístico que uno elegiría para las vacaciones de verano pero la casa de mis abuelos paternos era un pequeño paraíso. El único momento fresco del día, que daba un respiro frente a tanta sofocación y pegote, era la mañana antes de que el sol apareciera llevándose consigo la frescura de la noche anterior atrapada en el cemento. Por esas horas, cuando la cortina de la panadería de enfrente se levantaba rompiendo el silencio de la madrugada, el aire ya estaba impregnado de olor a bizcochos y a pan. La calle era tranquila a pesar de estar cerca del centro, la cortada partía la cuadra en dos y marcaba un poco la dinámica del barrio. Un barrio de laburantes y jubilados como mi abuelo que un día, a los doce años, llegó de España para quedarse y contarnos historias de all